Thomas, un fotógrafo alemán apasionado por los paisajes rurales, llegó a Venezuela con una sola misión: capturar la esencia de los llanos venezolanos. Había leído sobre sus extensas sabanas, su música recia y la hospitalidad de su gente, pero nada lo preparó para la experiencia que estaba por vivir.
Su aventura comenzó en Barinas, donde alquiló una camioneta y se adentró por caminos de tierra bordeados de morichales y ganado. En el trayecto, conoció a Don Eusebio, un llanero de voz profunda y sombrero gastado, quien lo invitó a pasar unos días en su hato.
Durante su estadía, Thomas aprendió a montar a caballo, a lazar becerros y a tocar el cuatro. Cada atardecer era un espectáculo: cielos encendidos en tonos naranja y violeta, mientras el canto de los pájaros se mezclaba con el silbido del viento. Una noche, bajo un cielo estrellado, Don Eusebio le habló del alma del llano: “Aquí no hay prisa, solo respeto por la tierra y por lo que ella nos da”.
Thomas documentó todo: los rostros curtidos de los llaneros, los bailes de joropo en las fiestas patronales, y los amaneceres que parecían pintados por dioses. Al regresar a Alemania, sus fotografías se convirtieron en una exposición titulada “Corazón de sabana”, que conmovió a cientos de visitantes.
Hoy, Thomas sigue regresando cada año, convencido de que los llanos venezolanos no son solo un lugar, sino una forma de vivir que transforma a quien los conoce.